El Uruguay no es un río.
Por Mariana Amieva
El Uruguay no es un río, y este filme que se presenta tampoco es lo que parece. Una primera definición puede decir que estamos en presencia de un corto institucional para difundir políticas públicas sobre educación que se deterioró mucho en el tiempo y que se presenta en esta ocasión con una intervención que incorpora una banda sonora. Si la exhibición ocurriera sin contexto alguno, si por ejemplo nos topamos con la pieza en un loop de una sala de museo, pensaríamos que estamos en presencia de un filme experimental que comparte códigos con referentes muy conocidos. Si nos ceñimos al contexto en el que fue hallado, se trata de un documento que aúna los intereses de una investigadora sobre los vínculos entre cine y educación y las prácticas de preservación, digitalización y difusión del patrimonio audiovisual.
Pero El Uruguay no es un río, y es más que la suma de todas esas partes. Como lo demuestra el propio filme, el problema de la definición del objeto es más complejo que la enumeración de sus componentes. Este conjunto se resiste a ser definido por extensión.
El término que define a este tipo de filmes es “metraje encontrado” (found footage) y en este caso es muy pertinente ya que es el fruto de muchos encuentros azarosos. El primer contacto lo entabló Lucía Secco y sus pesquisas sobre cine y educación, pero como vemos a simple vista, esta producción no formaba parte de ningún patrimonio visual tangible y logró hacerse visible por el solo empeño y dedicación de los integrantes del LAPA.
Lo que vemos nos habla tanto de las actividades de los alumnos en una escuela rural como del paso del tiempo sobre la propia materialidad del filme. Lucía Secco cuenta en relación al proceso de limpieza y digitalización de la obra que es casi imposible reconocer las imágenes en los fotogramas individuales, que éstas solo se recuperan por la magia de los 24 fotogramas por segundo. Ese deterioro lleno de formas abstractas comparte el interés con los objetos representados, y tal vez en algunas lecturas se imponga. Muchos realizadores experimentales dedican esmerados esfuerzos a intervenir el fílmico para provocar esas manchas y rallas; otros se apoyan sobre las imágenes en estado de descomposición como el punto de partida para una obra plástica. No recuerdo ejemplos más bellos que este que ahora vemos.
Pero la obra como tal no está centrada en lo que vemos y aquí se genera el otro encuentro indispensable. Con la mediación de Nacho Seimanas –figura bisagra entre muchos mundos vecinos-- el material llega a Daniel Yafalian, y de ese encuentro surge otra obra nueva. En este cruce se suma otro hallazgo fortuito en forma de caja discos con grabaciones de ensayos teóricos sobre “El Uruguay” de la década del ‘60. Lo que define a la obra entonces no se centra en lo que vemos ni en lo que oímos sino en el diálogo particular que Yafalian compuso. En este caso las “palabras encontradas” se suman a los ruidos y a la música en un vínculo que no genera imposiciones a lo que vemos ni tampoco son percibidas como relleno: las bandas se acompañan de forma solidaria. Ahora bien, eso no significa que van al unísono, de hecho, lo que destaca de la propuesta es el desplazamiento. Los sentidos se generan en el intermedio, en los intervalos. En ese juego se plantean los interrogantes sobre la propia idea de nación, de identidad, los intentos por definir algo a lo que se alude desde todos los costados y a lo que nunca se arriba. Este filme comparte cualidades con los mejores exponentes de la tradición del found footage y logra expresar con mucha elocuencia ideas que por otra parte son ambiguas y evitan cualquier tipo de clausuras.
En esta nueva propuesta, estos sentidos que se dejan librados a sus posibles públicos, no obturan la primera lectura documental, sino que se añaden como en un palimpsesto translúcido que deja entrever todas sus capas. El Uruguay no es un río, es una capa de tierra fértil de 30 cm.